14 abril 2017

La Rocita

Conocí La Rocita cuando tenía 12 años. Mi alma era citadina. Mi cuerpo estaba acostumbrado a la comodidad de una ducha caliente y mis oídos al ruido permanente de los carros, que nos dan una sensación irónica de compañía. Mis pies habían estado calzados desde que vi la luz, y mi contacto con la tierra se limitaba al escaso polvo que se levantaba en el recreo, o en la práctica de los deportes en la cancha de voleibol en donde dábamos la clase de educación física.


Mis sentidos dependían de los aparatos electrodomésticos, sin cuya presencia en la casa, parecía ser imposible sobrevivir. Recuerdo que una vez, en nuestro departamento se dañó el calentador eléctrico, y durante unos días tuvimos que bañarnos a totuma. El procedimiento era ritual. Nuestra madre se levantaba una hora antes, y ponía a hervir cuatro ollas grandes con agua. Una vez alcanzaba el máximo de ebullición, la olla era sacada de la estufa y llevada al piso de cada baño, en donde meticulosamente, mi madre iba mezclando en un balde una porción de agua hirviendo más una porción de agua fría. Cuando se verificaba la temperatura ideal, cada uno empezaba a echarse totumadas. A mí me gustaba, debo confesarlo. Sobre todo aquel último resto de agua que quedaba en el balde, echado con fuerza desde encima de mi cabeza. Ese poco de agua bañaba mi cuerpo por dos segundos más. Pero la diversión por el método nuevo de baño duró dos semanas, luego de las cuales a nadie le seguía pareciendo divertida la nueva metodología de aseo. 

20 marzo 2017

Descripción de un día que viví en el pueblo soñado por Tomás:

Es que algunos viven en el paraíso, y ni siquiera se dan cuenta”…Fue la frase que dijo mi padre mientras atravesábamos el mar Caribe en una lanchita de motor, tomada desde Playa Grande y con destino a Taganga. Fue una de esas frases sueltas que solemos decir los humanos de vez en cuando desde el corazón. Esas frases que salen misteriosamente, y que llegan al otro para quedarse enclavadas, registradas con tinta indeleble para no borrarse jamás.

05 marzo 2017

Crónica de un jardín, o de una rosa, o de una mujer buscándose a sí misma

Estaba sentada en el comedor de su casa, como a las 7 de la noche de un día sábado. Mientras la miraba, aquella rosa le dijo que el problema siempre había estado en la ignorancia, es decir, que para poder amar se necesitaba saber, y en todos los casos, el amor era algo que se aprendía, es decir, que se podía enseñar.

Su primer contacto con un jardín fue desde el paraíso. Traté de encontrar mientras escribía estas palabras un origen. Primero pensé en el jardín de la casa de Barranquilla, tal vez porque es el primer dato que tengo sobre ella. Pero no, no es ese el principio, pues su papá y su mamá vivieron en Chía y cultivaron fresas, zanahorias, y otras tantas... Es decir, que podría decir que desde que estaba en el vientre de la madre. Pero entonces todo habría empezado con la afición  del padre por el campo, y no, pues su abuelo materno tenía un cultivo en el patio de la casa. Por eso creo que la unión con la tierra no ha tenido un principio, y por lo tanto tampoco un fin, así percibo la eternidad.

16 febrero 2017

El viaje

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Justo cuando la tierra recibió el sol de mediodía, el cuarto jueves del noveno mes, del año catorce del nuevo milenio, Pablo supo que tenía todo listo. Miró su equipaje y verificó que estuviera todo completo. Su espíritu y su alma supieron que estaba preparado. Tenía una hora más para terminar de arreglarse para su viaje. Estaba ansioso, pero su corazón latía con una dicha especial. En unas pocas horas estaría al lado de las personas que lo habían esperado por tanto tiempo, y él a ellas. Nunca estuvieron del todo separados, pero la presencia física tiene esa magia única e irremplazable, que solo se produce cuando nos miramos fijamente a los ojos con un semejante.

11 febrero 2017

Mariposas Amarillas


“Bueno, lo que tú debías hacer, es preguntarle a las mariposas amarillas,  a ver ellas que opinan”. Esta frase me la dijo Esteban echado en su cama, mientras se fumaba el cigarro de antes de dormir, un poco desesperado con mis preguntas y mis contradicciones, sin saber que en realidad, el árbol de en frente de mi casa estaba poblado por esos días de cientos de mariposas amarillas, a las que sin duda, yo les preguntaría.

Llevamos varias vidas discutiendo sobre lo mismo. A veces él dice que todo es azar (dados en árabe) y que el orden es aparente, que el caos es lo que impera en el universo. A veces yo digo que el caos es aparente, que es el orden lo que impera en el universo. A veces él dice lo que digo yo, y yo lo que dice él. Varias veces hemos peleado, discutido, nos hemos puesto bravos, bravísimos. Una vez, estando en una cena, hablando del mismo tema, pero orientado al libre albedrío, un cura le dijo que el libre albedrío era un hecho (¿o sea que imperaba el caos?) y Esteban le dijo:

10 febrero 2017

El sueño del utópico

Era una hermosa mañana de sábado. El sol sabanero caía sobre nosotros dándonos esa sensación de calidez en nuestros cuerpos que tiene que ver más con estados de alma que con cualquier otra cosa. Nos montamos en mi carro, y lo acompañé hasta el lugar donde trabajaba. Varios días después, Tomás fue a visitarme a casa y allí, sentados en el sofá verde de cojines abullonados, empezó a contarme su misión.

-          Voy a habitar un pueblo –me dijo-.  Y el día que lo habite, o el día que comience su construcción, o en realidad, el día que quieras, puedes visitarlo. Siempre estarás invitada al pueblo, pues los habitantes del pueblo son seres que reciben con los brazos abiertos a todo aquel que quiera entrar, bien sea por necesidad de recibir, o por una necesidad de compartir, que es lo mismo pero a la inversa.

02 febrero 2017

Receta para un mal de amores, o la multiplicación del pan...y el café.

La historia que explica el por qué ese domingo llegué  sin avisar a la casa de la negra a las siete de la mañana , corresponde a otro cuento. Así que comenzaré por decir que toqué varias veces, hasta que una mujer morena profunda, delgada y risueña, abrió la puerta de par en par, con los ojos todavía medio cerrados por el sueño. 

Primero me hizo pasar y sentarme en una silla, y mientras se iba quitando a los pocos la pereza normal de las horas de estar acostada, me preguntó que yo cómo estaba. Iba a empezar a hablar, pero se me hizo un nudo en la garganta que la negra entendió enseguida. Abrió el closet y cogió una toalla blanca, perfectamente doblada, y me la entregó mientras al mismo tiempo me tomaba del brazo y me decía: Mamacita, no hay dolor del alma que un buen baño largo con agua fría, y un buen café con un amigo, no puedan curar”.

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